Las clasificaremos en cuatro grandes categorías: funciones de protección, relación, regulación y funciones metabólicas.
Protección.
Es la función más evidente, ya que la piel supone una
barrera que separa el interior de nuestro cuerpo del exterior. Nos protege de
todo tipo de agresiones exógenas. Podemos dividir esta protección en varios
grupos:
Protección frente a agentes mecánicos: la piel nos protege
frente a fricciones, contusiones, intentos de penetración de cuerpos extraños,
etc. Solo tenemos que pensar lo delicadas que son las zonas en las que la piel
está adelgazada o carecen de cubierta epidérmica. La principal capa de
protección es la epidermis, por su dureza. La dermis aporta elasticidad y
firmeza asociadas, pero no es una capa dura. También colabora en la protección
física el panículo adiposo, frente a golpes bruscos.
Protección frente a agentes físicos: existen muchos agentes
físicos cuyos daños sobre el cuerpo son atenuados por la piel. Por ejemplo el
calor, evitando que el calor haga que cambie la temperatura de nuestro cuerpo;
la piel evita quemaduras graves en órganos internos. Es resistente a la
corriente eléctrica. Y sobre todo actúa como barrera frente a la radiación
ultravioleta; es absorbida por el estrato córneo, sobre todo por la melanina.
Protección frente a agentes químicos: la piel actúa como una
barrera que impide que la mayor parte de las sustancias químicas puedan pasar
al interior, así como contra la acción de agentes corrosivos o cáusticos (es
más resistente a los ácidos que a las bases); además de evitar la
deshidratación por la salida de agua (evapotranspiración). La barrera frente a
agentes químicos es llevada a cabo, principalmente, por la epidermis
(hablaremos en más profundidad cuando tratemos el tema de la permeabilidad
cutánea).
Protección frente a agentes biológicos: la piel se opone tanto
a la penetración como a la colonización superficial de la mayor parte de los
microorganismos; existe, eso si, una flora bacteriana natural sobre la piel,
microorganismos adaptados a vivir en su superficie que no solo no nos causan daños, sino que además evitan la
instauración de agentes biológicos indeseables, patógenos como hongos y
bacterias.
La entrada cutánea de microorganismos a través de la piel se debe,
en la inmensa mayoría de los casos, a lesiones superficiales en la epidermis.
Algunos microorganismos son capaces de penetrar aprovechando las glándulas y
los folículos pilosos.
Relación.
En la piel se encuentra el sentido del tacto, por lo cual es
un órgano de recepción de estímulos del exterior. Por la piel recibimos
sensaciones de tacto, presión, temperatura (frío y calor), dolor, etc. Además,
la piel es nuestra superficie exterior, la que mostramos a los demás y esto
también está implicado en los procesos de relación; la piel resulta importante
en nuestras relaciones sociales, tanto a nivel de aspecto como tacto, olor,
etc.
Regulación corporal.
La piel controla tres aspectos básicos de la regulación
corporal, es decir, de la homeostasis: la temperatura, el equilibrio hídrico y
el volumen de sangre circulante. Analicémoslo individualmente:
Regulación de la temperatura corporal: la piel es
imprescindible en el mantenimiento de la temperatura corporal, corrigiendo
variaciones ya sean de origen interno (fiebre, elevación de la temperatura
corporal por acción muscular intensa, etc.), o de origen externo (frío o calor
ambiental). Para ello se dispone de varios mecanismos:
Existe un aislamiento físico respecto al exterior que frena
los flujos de calor en ambas direcciones y que está constituido
fundamentalmente por el panículo adiposo.
La posibilidad de variar el tono vascular de los vasos
sanguíneos de las diferentes zonas de la dermis, así como las anastomosis
presentes en el sistema circulatorio suponen un mecanismo muy eficaz para
luchar contra las variaciones térmicas. Cuando se eleva en exceso la temperatura
en el interior del cuerpo (bien por motivos internos, bien por motivos
externos), se produce una vasodilatación y aumento de flujo en los vasos
sanguíneos periféricos, lo que permite que el calor se escape por convención en
mayor medida; de ahí que, cuando hace mucho calor o realizamos un ejercicio
intenso, nuestra piel enrojece (aumenta su flujo sanguíneo periférico). En
cambio, ante descensos de la temperatura exterior (o, de forma menos común,
bajadas de la temperatura interior del cuerpo) se reduce el calibre y el flujo
de sangre a los vasos sanguíneos periféricos, para evitar en la medida de lo
posible pérdidas de calor, quedando abiertos los que circulan por debajo del
panículo adiposo (estos ceden poco calor) y dirigiéndose la sangre a zonas más
profundas de nuestro cuerpo.
Producción de sudor por parte de las glándulas sudorípara
ecrinas. El sudor aporta una capa de agua sobre la piel que, al evaporarse,
absorbe calor de la piel, produciendo así una bajada de la temperatura de su
superficie.
Existe un cuarto sistema, cuya importancia es controvertida;
la contracción de los músculos erectores del pelo (que nos ponen la piel de
gallina) genera una pequeña cantidad de calor (posiblemente insignificante ante
las contracciones involuntarias de músculos esqueléticos en situaciones de frío
intenso, es decir, la tiritona, que sí supone una elevación importante de la
temperatura corporal al aprovechar el calor generado por los músculos; pero
este no es un sistema que implique directamente a la piel).
Equilibrio hídrico y electrolítico: la piel pierde agua de
forma constante por evaporación, un proceso denominado perspiración insensible;
además, puede eliminar cantidades mucho más elevadas de líquidos, con sales
minerales disueltas, mediante la sudoración (hasta tres litros a la hora o diez
litros al día). No es una función en si misma, sino el efecto producido por
otras funciones; sin embargo, no cabe duda de que la piel contribuye en control
iónico y el volumen de líquido corporal, así como la cantidad de agua de la
sangre (de hecho, en situaciones de escasez de agua, la piel se resiste en
mayor medida a perder agua y en situaciones de exceso permite que esta fluya,
por ejemplo mediante la sudoración, con mayor facilidad).
Volumen de sangre circulante: en la red de vasos sanguíneos
de la dermis puede llegar a acumularse hasta el 10 % del volumen total de
sangre de nuestro cuerpo, que puede movilizarse en un momento determinado si
fuese necesario (por necesidades musculares de sangre, debido a una bajada de
tensión o del volumen de sangre, etc.).
Metabolismo.
La piel posee varias funciones relacionadas con el
metabolismo general del cuerpo:
Síntesis de Vitamina D: la vitamina D, encargada de la
absorción y metabolismo del calcio y fósforo, se sintetiza a partir de un
derivado del colesterol, por la acción sobre este de la radiación ultravioleta.
Por lo tanto, la vitamina D debe fabricarse en un lugar donde incida la
radiación ultravioleta, por lo tanto la piel (en realidad en la piel se
sintetiza el denominado D3, que es modificado en el hígado y riñón, que son los
lugares finales donde se obtiene la vitamina activa).
Función endocrina: la piel actúa como receptor de muchas
hormonas (sobre todo de hormonas sexuales) y es en la piel donde muchas de
ellas se modifican, generándose las hormonas realmente activas; por ejemplo, a
la piel llega la testosterona, que es la hormona sexual masculina, pero que
presenta muy poca actividad biológica y en la piel se transforma, por la acción
del enzima 5α-reductasa, en la DHT (dihidrotestosterona), que es la hormona
realmente activa.
Función excretora: mediante el sudor puede excretarse y por
lo tanto eliminarse, por vertido al exterior, tanto iones (de los que ya
hablamos en el mantenimiento de la homeostasis), como sustancias tóxicas y de
desecho en pequeñas cantidades (desde sustancias tan habituales como la urea y
el ácido úrico a sustancias tóxicas ingeridas del exterior, como restos de
medicamentos).
Función inmunológica: la piel es el primer órgano que suele
recibir a los agentes externos invasores; por eso tiene muy desarrollado el
sistema inmunológico. La respuesta inmunológica comienza en la epidermis, pero
se lleva a cabo sobre todo en la dermis.