lunes, 1 de agosto de 2011

Breve introducción a los líquidos corporales


La mayor parte de nuestro cuerpo es un líquido salino, cuyo disolvente principal es el agua. El agua es nuestro principal constituyente por muchas razones: la vida se originó en el agua (siendo, por ello, su materia prima primordial), es capaz de disolver infinidad de sustancias (se habla de disolvente universal), permite intercambios y reacciones químicas, es un buen controlador de la temperatura (actúa como amortiguador de cambios bruscos de temperatura), entre otras cosas.

El contenido en agua es variable, dependiendo de la zona del cuerpo. Existen zonas como el hueso o el tejido adiposo, donde la concentración de agua es muy baja. Y zonas, como el cerebro, donde la concentración de agua ronda el 80 % en peso del órgano. La cantidad de agua también varía con el paso del tiempo, pudiendo entender el envejecimiento como un proceso de deshidratación: cuando nacemos, entre el 75 y el 80 % de nuestro peso es agua, mientras que en un anciano puede rondar el 65 %.
Pérdidas y ganancias de líquidos.

No somos un compartimento estanco de agua: estamos continuamente ganando y perdiendo agua, debiendo mantenerse un equilibrio entre estos dos procesos.

Las vías más habituales de pérdida de agua son:

  • Espiración: al respirar, exhalamos aire con un contenido elevado en agua (vapor de agua).
  • Evaporación por la piel: se divide en dos grandes grupos; la primera de las dos es relativamente constante e independiente del entorno, mientras que la segunda es muy variable:

  1. Perspiración insensible: se trata de una pérdida de agua de la que no somos conscientes y se debe al agua que se escapa en forma de vapor de agua a través de la piel.
  2. Perspiración sensible: derivada de la producción de sudor, que posteriormente se evaporará (como mecanismo de regulación de la temperatura corporal). Como decíamos, esta evaporación es muy variable, pudiendo rondar desde el medio litro al día hasta superar los diez litros.

  • Agua contenida en las heces: generalmente es una cantidad muy pequeña, menor de medio litro al día. Puede sufrir importantes incrementos en determinados procesos gástricos, como diarreas.
  • A través de la orina: se trata del aparato excretor, que es el principal controlador del agua de nuestro organismo. El riñón puede fabricar orina con mayor o menor concentración en función de las pérdidas de agua que el cuerpo pueda tolerar en un momento determinado.

En cuanto a los sistemas de ganancia de agua, tenemos:
Bodegón con Copa. Rafael Barradas.

  • Agua bebida: es la más evidente y deriva de la sensación de sed que se despierta cuando el cuerpo detecta déficit. El consumo de agua es voluntario y muy variable. Hay personas que no beben más de medio litro al día y otros que beben más de tres litros.
  • Agua contenida en los alimentos: como todos los seres vivos están compuestos, en su mayor parte, por agua, su consumo genera también agua que podemos extraer durante la digestión. Puede suponer más de un litro al día, aunque varía mucho dependiendo del tipo de alimento que consumamos.
  • Agua metabólica: el metabolismo, el consumo de nutrientes, genera dióxido de carbono y agua. Puede suponer alrededor de medio litro al día.

Distribución de agua en el organismo.

Anatomía del Corazón de Enrique Simonet.
Si realizásemos una encuesta descubriríamos, posiblemente, que mucha gente piensa que la mayor parte del agua de nuestro cuerpo se encuentra en la sangre. Esta concepción es totalmente errónea, sólo debemos pensar que en nuestro cuerpo hay alrededor de cinco litros de sangre, por lo tanto habrá menos de cinco litros de agua y esta cantidad está muy lejos del 70% del peso de agua en nuestro cuerpo.





¿Cómo se encuentra distribuida el agua en nuestro organismo?

Podemos dividir el agua en dos grandes grupos, atendiendo a su distribución en el cuerpo:
  • Agua intracelular: constituye el interior de nuestras células. Es el agua mayoritaria, suponiendo acreedor del 70 % del agua total, es decir, alrededor del 40 % del peso de nuestro cuerpo.
  • Agua extracelular: se encuentra en el exterior de nuestras células. Supone alrededor del 30 % del total de agua, o lo que es lo mismo, alrededor del 20 % del peso total de nuestro cuerpo. Es el lugar donde se producen los intercambios metabólicos entre células o entre el organismo y el medio externo.
El agua intracelular es un espacio relativamente constante, ya que las células requieren de cantidades muy concretas de agua, o de lo contrario, morirán. Cada tipo de célula posee una cantidad de líquido intracelular característico.


El agua extracelular es más interesante para su estudio, a nivel global. Es una agua más variable y la podemos dividir en tres grandes espacios:
  • Espacio plasmático: plasma o parte líquida de la sangre, contenida en el sistema circulatorio. Su función es el transporte de nutrientes y oxígeno a las células y recoger las sustancias de desecho y el dióxido de carbono de las células. No tiene contacto directo con las células ni con el exterior.
  • Espacio intersticial: se encuentra entre las células y en el se encuentra el líquido intersticial. Forma pare del líquido que separa las células entre si, la linfa (el líquido intersticial penetra en los vasos linfáticos para ser repuesto al espacio plasmático). Limita por un lado con los capilares sanguíneos y por el otro con la membrana celular de las células del tejido.
  • Espacio del líquido transcelular: contiene un líquido extracelular especializado o diferente. Se trata de líquidos que se acumulan en determinados lugares para ser eliminado o con funciones específicas. Por ejemplo los líquidos que se acumulan en el aparato gastrointestinal o urinario, el líquido atrapado en las glándulas sudoríparas, el líquido pleural que reviste los pulmones, el líquido pericárdico alrededor del corazón, el líquido sinovial en las articulaciones, los humores de los globos oculares o el líquido cefalorraquídeo en el sistema nervioso.

Balance de agua y regulación.

La composición del agua de cada uno de los espacios es diferente y debe tener sus propiedades y mantener cierta constancia. Existe un flujo continuo de material acuoso, de iones, de componentes, de una zona a otra del cuerpo. En todo ello juegan un papel muy importante los procesos osmóticos, que deben permitir los movimientos de sustancias sin conllevar movimientos del agua: si se acumula más agua de la cuenta en determinadas zonas, como por ejemplo dentro de las células, se producirán graves desórdenes (el exceso de agua de las células podría matarlas, hacerlas explotar).

El líquido intracelular es más rico en iones de potasio y cloruros que el extracelular. El extracelular es más rico en sodio y fosfatos que el intracelular. Este balance debe permitir que el líquido intracelular sea mucho más rico en proteínas y sustancias orgánicas disueltas sin que los procesos osmóticos arrastren agua al interior.

Los balances de agua deben así mismo permitir los intercambios. El líquido del espacio plasmático posee una presión interna debido a encontrarse encerrado en un tubo; se trata de la presión hidrostática, que tiende a hacer que el líquido salga del tubo. Pero posee proteínas disueltas que generan una presión osmótica, denominada presión oncótica, que controla y evita que el líquido salga en exceso.

En el extremo arterial de los capilares existe una presión hidrostática muy fuerte, que supera la presión oncótica. Y por eso el plasma tiende a salir en esa zona hacia el espacio intersticial. Sin embargo, en el extremo venoso, debido a la pérdida de líquido, la presión hidrostática está muy disminuido. Sin embargo, la presión oncótica aumenta al concentrarse los solutos por la salida de líquidos. Por eso en el extremo venoso el líquido tiende a pasar del espacio intersticial al interior del capilar.
Esquema del intercambio de líquidos en los capilares.

No obstante, la salida de líquidos en la zona arterial no puede ser compensada por la presión oncótica (por puros motivos energéticos). Por ese motivo se va acumulando una cierta cantidad de líquido en el espacio intersticial. Será devuelto al espacio plasmático por el sistema linfático.

Si el sistema de drenaje deja de funcionar como es debido o existiese una salida de agua tan elevada que se saturase el sistema de reposición, se produciría un encharcamiento de los tejidos. Este encharcamiento constituye los edemas.

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