Insecto Lepidóptero. |
Para que tenga lugar la reproduccón debe tener lugar un
encuentro. La reproducción suele ser anfigámica, es decir, suelen existir
machos y hembras, apareciendo solo un caso de insectos hermafroditas.
El encuentro entre ambos sexos será motivado por medio de
señales visuales, olfativas y auditivas. Las más comunes son las visuales,
aunque también las más confusas y de ahí que las formas y coloraciones tiendan
a ser complicadas. Solo hay un tipo de señales luminosas que no resultan
confusas, que es la que aparece en insectos que producen luz. En España
encontramos el género Lapyridae, en el que solo emiten luz las hembras, pero en
los trópicos son abundantes, variando en cada especie la longitud de onda y las
cantidades de luz emitidas, de forma que son reconocidas y no se confunden.
Los estímulos olfativos son mucho más precisos y son
mediados normalmente por feromonas. Las mariposas del género Saturnidae
advierten la presencia de una hembra a unos once kilómetros de distancia.
Reconocen la molécula olorosa y de donde viene.
Las señales auditivas más típicas son las de los
saltamontes, que decimos que cantas. Aparecen en otros muchos artrópodos. Y se
trata siempre de sonidos o ruidos muy precisos.
Los cortejos prenupciales son una serie de aptitudes o
colores que generalmente no se manifiestan o están escondidos, o una serie de
movimientos que se realizan de una manera muy estricta. Si se confunden a mitad
del proceso, la pareja será rechazada.
Un ejemplo, el género Celopteryx, que habita en ríos, y
constan de tres especies. Tienen aparatos genitales directos. En la naturaleza
están mezcladas unas especies con otras, pero nunca se confunden, se reconocen
unos a otros y un macho nunca copula con una hembra de otra especie.
Las hembras suelen rechazar siempre a los machos que no son
aun reproductores, ya que suelen poseer una coloración diferente. Y lo mismo
ocurre con las hembras. También se rechaza a las hembras que acaban de ser
fecundadas. En cuanto la hembra es fecundada, normalmente solo piensa en comer
para aumentar de peso, ya que en la puesta perderá mucho peso.
En muchos casos se da alimentación de cortejo. Es habitual
en especies predadoras. Existen sistemas de protección del macho para no ser devorado
por la hembra. Entrega a la hembra una presa adecuada, de forma que come
durante el tiempo que dura la cópula.
En la Mantis, por ejemplo, no funciona así y la hembra suele
comerse al macho. Pero evolutivamente encontramos muchas variaciones, incluso
machos que entregan a la presa envuelta o que en ocasiones engañan a la hembra,
envolviendo entre seda una piedra u otro objeto, en lugar de la citada presa.
En la especie Serromyia femorata la hembra chupa al macho,
cuando la hembra se separa de la cópula, del macho solo queda la cáscara o
cubierta exterior, el resto se lo ha comido la hembra.
Todos los insectos copulan (algo que no se puede decir de
todos los artrópodos). Una vez fecundada, la hembra busca un sitio adecuado y
pone los huevos (con el ovopositor). El huevo fecundado ha partido de un óvulo
del tipo centrolecito.
Está rodeado por unas estructuras muy resistentes, que
evitan que se sequen. Por el polo animal hay una serie de estructuras donde
acceden los espermatozoides. Una vez fecundado, el núcleo se divide, sin que se
divida el huevo. Tenemos muchos núcleos en una sola célula. Se desplazan hacia
el periplasma. Algunos se quedan en el interior y son digeridos junto con el
vitelo. Posteriormente la zona exterior, el periplasma con los núcleos, se
tabicará y obtendremos algo parecido a una blástula. Cuando acabe el desarrollo
embrionario, el huevo eclosiona y nos aparecerá la larva. Ahora comienza el
desarrollo postembrional.
Partimos de un huevo que acaba de eclosionar. Tenemos varias
opciones. Una de ellas es el desarrollo ametábolo, que es el que seguirá, por
ejemplo, el género Thysanura. En este desarrollo la larva es exactamente igual
que el adulto, pero más pequeña y con las gónadas inmaduras, presentando los
orificios genitales cerrados. Se van sucediendo mudas y van apareciendo
individuos cada vez mayores, pero morfológicamente similares, hasta que la
larva adquiere el tamaño necesario y tiene lugar la muda imaginal, tras la cual
se obtendrá un animal morfológicamente similar al que apareció tras el
desarrollo embrionario, pero más grande. Se denominará adulto o Imago y en este
sus orificios genitales ya están abiertos. este ya no mudará más.
Algunos hapteridotas siguen mudando una vez alcanzada la
madurez, pero esto no es lo normal.
Como decíamos, este desarrollo se denomina ametábolo, es
decir, sin metamorfosis. La larva no sufre cambios. La metamorfosis supone los
cambios de tamaño, forma e incluso hábitos de vida, que sufrirá el insecto en
el transcurso de su desarrollo postembrionario.
Entre los insectos ametábolos se encuentran los hapteridotas
(insectos sin alas) y los exopterigotas ápteros.
La metamorfosis nos marca el grado de diferencia ecológica
entre la larva y el adulto.
El segundo modelo de desarrollo postembrionario es el
heterometábolo. En este caso tiene lugar una metamorfosis incompleta. Presentan
este tipo de desarrollo todos los exopterigotas no ápteros, como por ejemplo
los saltamontes. El individuo larvario es similar al adulto, pero las alas
aparecen como pterotecas, es decir, no son alas como las del adulto. En
ocasiones estas pterotecas aparecen en la segunda o tercera muda. Las alas
definitivas se desarrollan de golpe, en una sola muda. La metamorfosis queda
reducida prácticamente al desarrollo final de las alas en la muda imaginal.
El desarrollo heterometábolo aparece en hemimetábolos.
Pero puede suceder que las larvas presenten adaptaciones que
no aparecen en los alumnos. La metamorfosis es algo mayor que en el caso que
hemos descrito. Sucede cuando los parte de su vida es acuática y parte
terrestre y la fase anterior al imago es diferente al imago, las pterotecas
comienzan a aparecer desde el principio del desarrollo.
La tercera opción es el desarrollo holometábolo, en el cual
a larva no se parece en nada al adulto. Su apariencia es totalmente diferente.
A partir del huevo nace una larva que no tiene pterotecas, ni ojos compuestos,
ni antenas. No se parece en nada a un insecto adulto. Las sucesivas mudas dan
lugar a larvas cada vez más grandes, aunque nunca mudará muchas veces. En el
último estadío larvario, en la larva se desarrllona internamente unas masas de
células, diferenciadas ya desde el desarrollo embrionario, denominados discos
imaginales. La larva sufre una internamente una histolisis de sus tejidos
larvarios, se destruye hasta el sistema nervioso. Y se forma un sistema nuevo.
La oruga comienza a comportarse de una manera anómala, llega un momento en el
que sufrirá la muda pupal. Lo que surge de la ecdisis de esta muda es la pupa,
que tampoco se parece en nada a un adulto. Posee forma de momia. Pero la
verdadera metamorfosis ya ha tenido lugar (es decir, la verdadera metamorfosis
es la que supone el paso de la oruga al la pupa). La pupa ya posee esbozos de
alas y antenas. Y será la pupa la que sufra la muda imaginal y de la cual
nacerá el imago o individuo adulto.
Lo importante de este desarrollo es que habrá un estadío
intermedio entre la oruga y el adulto. Es la pupa. La pupa no se mueve, ni
come. Normalmente ocurre dentro de un capullo (lo protege para que no sea
devorado). El capullo es tejido por la última larva. La cutícula de esta última
larva queda acumulada dentro del capullo de seda. Otras veces en lugar de un
capullo la larva se introduce dentro de una galería.
En los holometábolos puede haber varios tipos de larvas. Se
denominan según el número de patas, encontrando por un lado hexápodos, que
poseen seis pares de patas y son las más perecidas al insecto adulto. Hay
varios subtipos dentro de esta, por ejemplo la melolantiforme, con cabeza
parecida a la del insecto, pero sin ojos compuestos (con ocelos) y sin antenas,
con un cuerpo vagamente segmentado en el que apenas se diferencian metámeros y
del que parten los tres pares de patas, además de aparecer las aberturas de las
tráqueas. Se trata de orugas de cuerpo blando, color blanquecino y que suelen
vivir en materiales en descomposición, sobre la capa superior del suelo o en
excrementos.
Un segundo tipo de larva serían las larvas polípodas, es
decir, que poseen más de tres pares de patas. Un ejemplo es la larva eruciforme
(es decir, con forma de oruga), con una cabeza bien diferenciada, endurecida y
con los metámeros bien distinguidos unos de otros. La última pare del cuerpo
lleva una zona que se apoya en el suelo. Las patas abdominales no son patas tal
cual, se denominan protopatas (además debemos tener en cuenta que en ningún
caso se van a transformar en patas).
El último tipo de patas son las ápodas, es decir, sin patas.
Son típicas de dípteros, es decir, moscas y mosquitos. Hay varios tipos, según
la forma de su cabeza. En las acéfalas la cabeza no se aprecia y la larva
parece un gusano, diferenciándose la parte anterior de la posterior en que la
primera es más estrcha.
Las pupas van a ser también variadas. No obstante, suelen
ser una morfología inmóvil, no puede mover ninguna estructura. Están embebidas
por una especie de secreción. La superficie posee una especie de forma
esculpida. Cuando la larva encerrada en la pupa no se puede mover se habla de
larva obstecta. Pero en algunos la larva posee capacidad de movimiento,
concretamente pueden mover sus apéndices, ya que quedan libres en el exterior
de la pupa y se habla de insectos exarados.
Esquema de una pupa. |
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